Groenlandia es un prodigio para cualquier viajero interesado por la naturaleza y por la contemplación de unos paisajes de desgarradora grandiosidad adornados por las fantasmagóricas auroras boreales.
Kalallit Nunaat, Groenlandia, la tierra verde. Así la bautizó Erik el Rojo cuando en el 982 recaló en esta mítica isla, cuna de las más grandes aventuras realizadas por el hombre.
Poco a poco Groenlandia se va haciendo asequible para viajeros con un cierto espíritu aventurero. No es un país cómodo para viajar, no tiene carreteras que faciliten las comunicaciones, la infraestructura hotelera es pequeña, las condiciones de vida son duras, pero a pesar de esto y por esta misma circunstancia Groenlandia es un país que engancha. Se siente la autenticidad de los esquimales, la naturaleza en su estado más puro, la mente del viajero se abre y afloran sentimientos de libertad, sensaciones nunca antes sentidas, la sensibilidad está a flor de piel y lo más importante, el impresionante silencio, auténtico rey del país, te hace ahondar en lo más profundo de tu ser.
Decidimos explorar el sur de esta gran isla, tan atractiva como desconocida. Para ello vamos a utilizar el medio de transporte esquimal por excelencia: el kayak. Nuestra ruta comienza en Narsarsuaq, pequeña población de unos 150 habitantes situada en una intrincada zona de fiordos. Nuestro objetivo es navegar hasta el frente glaciar del Fiordo de los Fletanes para regresar a Narsaq, una de las poblaciones más importantes del sur de la isla.
Los preparativos son lentos y laboriosos, vamos a navegar con total autonomía durante quince días. No podemos permitirnos el lujo de olvidar nada. Revisamos una y otra vez las tiendas de campaña, los hornillos, la comida…, tras un último y exhaustivo repaso y con la permanente duda de haber olvidado algo, nos enfundamos en nuestros trajes estancos, subimos en los kayaks y comenzamos a navegar.
La primera etapa será corta, sólo tres kilómetros para cruzar el Fiordo de Erik y llegar al pequeño poblado de Qaqssiarsuq. El recorrido parece un paseo, pero con los kayaks cargados y algo de viento tardamos un tiempo insospechado en cubrir esa distancia. Sin embargo llegamos airosos y tomamos un descanso para reponer fuerzas, todos pensamos en los ciento sesenta kilómetros que nos quedan por cubrir.
Después de una cena a base de productos autóctonos, foca, ballena, caribú, comentamos las incidencias del primer día. Hay un buen ambiente en el grupo.
Hoy es nuestro segundo día de expedición. Amanece un día radiante, el sol brilla de una forma intensa y el fiordo es una balsa de aceite. Apresuramos los preparativos para aprovechar las perfectas condiciones de navegación, a primera hora de la mañana y tras la clásica pelea con el traje estanco comenzamos a remar.
Después de una hora de remo, la primera hora es la más dura llegamos al glaciar Qoorooq, ante nosotros se abre un espectáculo increíble. El Qoorooq es un glaciar muy activo, constantemente está desprendiendo grandes bloques de hielo, entre los que tenemos que navegar extremando las precauciones. Los icebergs son grandes masas de hielo con formas muy caprichosas que se desplazan silenciosamente por el agua. Resulta frecuente ver fragmentos desprendiéndose, así como icebergs enteros girando sobre sí. A veces cuando estos no se ven, se oye el ruido seco al quebrarse. Navegamos a cierta distancia.
A media tarde se levanta un poco de viento en contra, no es muy fuerte pero si lo suficiente como para no hacernos cómoda la navegación. Como los objetivos del día ya están cumplidos desembarcamos y montamos el campamento. Un miembro del grupo propone «si no pescamos no comemos» todos aceptamos el reto un poco asustados porque no somos expertos pescadores pero gracias a dios en estas aguas abunda la pesca, principalmente el salmón y el bacalao. Conseguimos cenar. A partir de ahora vamos a intentar ser totalmente autónomos y depender lo menos posible de las provisiones que llevamos .Después de una agradable conversación a la luz de una hoguera en la que intentamos arreglar el mundo nos metemos en el saco.
Los días van transcurriendo de una forma tranquila, cada día nos encontramos en mejor forma y nos cuesta menos remar. A menudo hacemos alguna carrerita con los kayaks. El ritmo del grupo se ha unificado y el buen ambiente del principio se ha convertido en una camaradería muy profunda.
Después de cinco días en los que ya nos hemos acostumbrado a deslizarnos silenciosamente entre los grandes bloques de hielo, llegamos a un pequeño refugio de un pescador esquimal donde pasamos la noche. Mañana es un día clave, es la etapa más dura. Tenemos que portear los kayaks, cada uno pesa 40 kilos, y toda la carga a través de un pequeño paso de tierra de unos 500 metros que nos cierra el paso al fiordo de los Fletanes. El tiempo está cambiando, ha comenzado a llover y está bajando una espesa niebla. Planificamos las tareas del día siguiente. Por nuestras cabezas pasa la idea de permanecer en el refugio un día más. Todos lo estamos deseando pero nadie se atreve a proponerlo.
Los dioses son benévolos con nuestras súplicas «secretas» y al día siguiente amanece un día de perros. Se ven caras de alegría en todos, un día más de descanso nos vendría estupendamente para descargar los músculos. Decidimos que los dos compañeros más fuertes vayan a comprobar como está el fiordo, después de dos horas aparecen totalmente calados, la lluvia se ha hecho más intensa y la niebla no permite ver más allá de 100 metros. Esperaremos al día siguiente para hacer el porteo y cruzar el fiordo.
Todos estamos nerviosos, el día de descanso nos ha venido bien pero no nos gustaría permanecer otro día más en el mismo lugar, estamos deseando llegar al frente glaciar, sólo nos separa un día. Las súplicas cambian de tono, intentamos convencer a los dioses para que nos regalen un día de sol. Nos hacen caso y amanece un día fabuloso.
Tenemos por delante el cruce de un fiordo de cinco kilómetros plagados de hielo. La lluvia afecta especialmente al hielo, por lo que de los grandes bloques se han ido desprendiendo infinidad de pequeños trozos de hielo que hacen la navegación bastante difícil.
Después de desplegar nuestras mejores artes en la navegación de obstáculos conseguimos llegar al pequeño fiordo por el que nos adentraremos en el mágico y misterioso mundo del Inlandis(el casquete de hielo de Groenlandia). Según nos acercamos nuestros corazones se van acelerando, el ritmo se hace mas vivo, el Inlandis espera y no queremos hacerle esperar.
Las sensaciones que particularmente experimento son increíbles, el sol brilla y la gama de colores que veo en un frente glaciar de 10 kilómetros de extensión con paredes de 40 metros de altura van desde el blanco más puro hasta el azul más intenso. Constantemente están cayendo seracs, la sensación de naturaleza en su estado puro es plena, la libertad que siento en ese momento es ilimitada. Me doy cuenta de la ínfimos que somos ante la grandiosidad de la naturaleza.
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Montamos el campamento en una playa frente al glaciar, junto a un pequeño río. El ritmo del grupo es lento pero no importa, nos esperan cuatro noches en uno de los parajes más bonitos que he visto en toda mi vida. Parece que el tiempo se detiene, sin embargo tenemos que aprovecharlo, hay mucho que ver y mucho qué hacer. A lo lejos se intuyen unas nubes acercándose. No nos gustan, no desearíamos tener que pasarnos un día metidos en la tienda, pero en Groenlandia todo es posible. A última hora de la tarde comienza a caer una ligera lluvia que con el paso del tiempo se va haciendo más intensa, esto nos preocupa un poco ya que hemos instalado el campamento junto a un pequeño río que vemos cómo va aumentando de caudal. A las cinco de la madrugada el río ha crecido mucho, tenemos que cambiar el campamento de lugar y situarlo en una pequeña loma protegido de la crecida. No cesa de llover, tenemos que cocinar en las tiendas y nos ha pasado lo que tanto temíamos, el primer día en el frente glaciar lo hemos pasado metidos en las tiendas.
El día siguiente amanece nublado pero sin llover, nos levantamos temprano, debemos recuperar el día perdido, cogemos los kayaks y recorremos el frente glaciar en toda su extensión, el día mejora y a media mañana luce el sol. Por la tarde decidimos hacer una pequeña excursión «andando» por un valle lunar en dirección a un gran lago donde pescamos salmones para la cena. Empieza a refrescar, el cielo está despejado y de repente unas luces verdes empiezan a jugar por todo el cielo, es la aurora boreal, el espectáculo es sobrecogedor, además tenemos la suerte de gozar luna llena, no podemos pedir más.
Hoy es un buen día para hacer una excursión al nunataq ( isla de roca en el inlandis). Cogemos nuestro equipo de montaña, no es necesario un equipo especial, el hielo forma unas agujas que agarran perfectamente la bota y las grietas que aparecen pueden sortearse con facilidad.
A los pocos metros vemos los primeros caribús, una manada de unos 300 animales que avanzan tranquilamente por el hielo hacia la roca. Tras tres horas de marcha llegamos a la cima del nunataq, el paisaje es inquietante y atractivo, inmensas piedras manteniendo el equilibrio en un pequeño cono de hielo, la subida es difícil debido a lo incómodo del terreno pero en la cumbre se puede contemplar la inmensidad del inlandis.
Hoy llega a su fin nuestra estancia en el frente glaciar de los fletanes, lo abandonamos con pena pero con el espíritu y las sensaciones totalmente recargadas, nos quedan por delante dos días tranquilos de navegación hasta llegar a Narsaq, tranquilidad que súbitamente se rompe al oir un ruido sordo desconocido, miramos en la dirección del ruido y vemos asombrados a 100 metros de nuestros kayaks dos enormes ballenas en un juego amoroso. Frenamos rápidamente nuestras piraguas para no asustarlas y contemplar su juego. Es un precioso final para nuestra travesía en kayak. Por fin llegamos a Narsaq, población de unos 1.800 habitantes donde tras una reconfortante ducha, una buena cena y una confortable cama, regresamos en un barco ballenero esquimal a nuestro punto de partida, la pequeña población de Narsarsuaq, para desde este punto abandonar con gran pena un país que nos ha cautivado por todo. Por su naturaleza, sus gentes, su forma de vida, y sobre todo porque nos ha hecho pensar y sentir que la libertad existe.
AUTOR: RICARDO LÓPEZ