En pleno siglo XXI, los Samis, el único pueblo indígena que queda en Europa, libran una dura batalla por mantener sus tradiciones, leyendas e idiosincrasia frente a la homogeneización de la sociedad y un turismo en busca de pinceladas folclóricas que satisfagan su curiosidad.

En el norte de Finlandia, en el corazón del territorio Sami, se encuentra el lago Inari. Una inmensa masa de agua que se extiende por más de cien kilómetros de longitud y que en su parte de mayor anchura llega a medir cerca de cuarenta kilómetros. El segundo lago en extensión de ese país y el sexto de Europa.

Entre sus aguas asoman más de tres mil trescientas islas de muy diferentes tamaños que rompen la monotonía del horizonte y que convierten su superficie en un laberinto de canales, archipiélagos, bahías, estuarios, penínsulas, istmos, cabos y golfos. Un paraíso para los que en verano surcan sus aguas en pequeños botes buscando paisajes recónditos y vírgenes, donde el hombre y la civilización pareciera que no hubieran llegado.

También para los más escasos y atrevidos viajeros que, en invierno, cuando se congelan sus aguas, se internan con esquíes y arrastrando un ligero trineo, entre ese laberinto de islas, tratando de revivir durante unos días las emociones de los grandes exploradores del pasado.

Una isla singular, la isla sagrada de los Samis.

Es evidente que tanto para navegar como para esquiar entre esta maraña de islas se necesita, además de mapas y GPS, un conocimiento previo y una cierta experiencia de la zona, porque a simple vista todas las islas parecen iguales. Bueno, todas no. Hay una cuyas características físicas la hacen completamente distinta a todas las demás. Esa isla es Ukko, la isla sagrada de los Samis de la región.

Así, todas las islas presentan una orografía de suaves pendientes y se levantan muy pocos metros sobre el nivel de las aguas, hasta el punto que te hacen pensar que podrían ser barridas por las olas si estuviéramos en mar abierto. No es el caso de Ukko, cuyas escasas dimensiones horizontales, trescientos metros de largo y unos ochenta de ancho, contrastan con unas laderas, que en algunas partes son auténticos farallones, que se elevan casi en vertical hasta su cumbre.

Desde allí, aunque estemos a tan sólo treinta metros de altura (como una casa de diez pisos), la vista a nuestro alrededor es impresionante y a nadie le deja indiferente. En una dirección, las islas se van perdiendo en la distancia hasta llegar a confundirse con las orillas del lago; en otra, se abre uno de los vacíos del lnari (grandes extensiones sin islas que en invierno recuerdan la soledad congelada del Ártico) y, relativamente próximas, las dos islas de enterramiento de los Samis.

Posiblemente estas características, y el hecho de que se encontrase casi aislada en el centro de la parte meridional del lago, hicieron que los antiguos pobladores samis de la región la considerasen su isla sagrada. Un lugar muy especial donde habitaba su dios más poderoso: Ukko.

El poder del rayo

En nuestras latitudes estamos tan acostumbrados a las tormentas de verano, con su despliegue de aparato eléctrico de relámpagos, truenos y rayos, que pensamos que son un fenómeno tan extendido por toda la geografía mundial como pueden ser la lluvia o el viento. Sin embargo, no es así.

En las altas latitudes el sol está, incluso en pleno verano, tan bajo en el horizonte que no puede provocar ese intenso calentamiento del suelo, que a su vez calienta el aire de sus proximidades, y que hace que en nuestras latitudes se produzcan esas grandes ascensiones que forman los cumulonimbos, esas nubes con forma de coliflor, donde se generan las aparatosas tormentas eléctricas al final del día. Por lo tanto, la falta de estos fenómenos en las altas latitudes ha hecho que todas las mitologías de esos pueblos reserven un lugar muy especial para el dios del rayo, que para los escandinavos era Thor y para los Samis, Ukko.

La isla sagrada de los Samis

Sea como fuere, esta es la única isla de todo el lago Inari que no necesitaría ser posicionada con coordenadas, porque cuando uno comienza a distinguirla a varios kilómetros de distancia, no tiene la menor duda de que se trata de la isla de Ukko. En ella, Arthur Evans, que posteriormente se haría famoso por escavar Cnosos en la isla de Creta, un verano de mediados del siglo XIX, cuando todavía era un jovenzuelo en busca de aventuras, se acercó remando hasta la isla y encontró una cueva llena de pequeñas ofrendas, restos de pescado, cornamenta de renos, así como un pequeño objeto de orfebrería de plata. Eran ofrendas dejadas allí por los samis para que el dios concediese las peticiones que se le hacían o manifestaciones de agradecimiento por los favores recibidos.

Durante siglos, la isla fue considerada un lugar tan sagrado que se impedía el acceso a las mujeres, aunque se sabe que éstas también podían visitarla si iban vestidas con ropas masculinas. En la actualidad, una escalera de peldaños de madera serpentea hasta su cumbre para permitir el acceso a los turistas que se acercan con una cierta curiosidad por el lugar o simplemente por el espectáculo de sus vistas desde la cumbre.

Hace años le pregunté a una sami de la zona, una persona cuya espiritualidad todavía hunde sus raíces en esas creencias milenarias, si no se sentían molestos por esa invasión de turistas, normalmente descreídos, que pisan curiosos su isla sagrada. La contestación que me dio todavía me impresiona cuando la recuerdo: “Los lugares, por muy sagrados que sean, pierden su poder si la gente los olvida. Por lo tanto, nos alegramos de que suban a Ukko, siempre que lo hagan con respeto”

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La leyenda de Ukko

Llevo varios años viniendo por estas tierras en invierno y me he acercado hasta Ukko en muchas ocasiones. Al menos las personas que venían conmigo siempre fueron a la isla con respeto. Y si llegaban con aires díscolos, subir sus más de ciento cincuenta escalones les hacía ―según el esfuerzo agitaba su respiración― ir serenando sus ánimos.

Aunque uno suele comenzar la ascensión con mucha energía, poco a poco la subida se suele hacer más lenta y las paradas más frecuentes. La inmensidad del paisaje y la grandeza de la isla aquietan los ánimos más efervescentes, y cuando se alcanza la cumbre y la mirada capta toda la belleza de los alrededores, no es posible evitar que una sonrisa de íntima felicidad asome a los labios.

Entonces, comienza un ritual de abrazos. Porque los seres humanos necesitamos compartir nuestra alegría y porque una vieja leyenda dice que las personas que se abrazan en la cumbre de Ukko serán amigos para siempre. Y si son una pareja de enamorados, su amor perdurará hasta la eternidad. Aunque sólo fuera por eso, Ukko merecería una respetuosa visita.

La leyenda de la isla sagrada de los Samis se público primero en: lalineadelhorizonte.com